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Conversaciones en Babel (reseña)

por Enrique Gil Calvo

El caso de Kwame Oppiah, estrella ascendente de la filosofía liberal, es paralelo al de Barack Obama. Como el triunfador de las primarias del Partido Demócrata, este profesor afroamericano es producto del mestizaje cultural: madre británica, padre ghanés (miembro de la élite que lideró la primera independencia de un país africano) y él mismo criado en Kumasi, la capital del antiguo reino ashanti, para pasar después a iniciar desde la Universidad de Cambridge una fulgurante carrera que le ha conducido hasta la cumbre académica de Princeton, una vez nacionalizado estadounidense.
Aunque su especialización es la ética, alcanzó celebridad por su libro En la casa de mi padre (1992), obra cumbre de los estudios culturales donde celebra el clima de efervescente diversidad étnica que presidió su educación sentimental. De ahí que sus últimos libros, como este Cosmopolitismo, se centren en la política de las identidades y la globalización multicultural.
La tesis de su obra es que los inevitables conflictos entre las diversas identidades colectivas (de sexo, género, raza, religión, etcétera) sólo pueden encauzarse mediante una conversación abierta. Como podrá advertirse, de ahí a la discutida “alianza de civilizaciones” propuesta por Zapatero no hay más que un paso, si bien difícil de dar. Pues como buen liberal, Appiah desconfía de Estados o gobiernos, y mucho más si se trata de un para él indeseable Gobierno Mundial. No, en lo que Appiah está pensando es en conversaciones entre grupos de personas procedentes de culturas diversas que compartan experiencias en común, aunque difieran en sus valores universales. Una conversación como las que podrían darse en la Torre de Babel, a cuyo modelo políglota nos estamos aproximando en este mundo cada vez más intercomunicado. Es decir, en un mundo cada vez más cosmopolita, que nos hace a todos responsables de los demás y ante los demás.
Ahora bien, las conversaciones con extraños exigen traductores o intérpretes para que la Torre de Babel no se derrumbe. De ahí la importancia de los mediadores interculturales, capaces de hacer posible semejante diálogo conversacional. Un tema éste que Appiah elude, pues como buen liberal supone que semejante mediación surgirá espontáneamente sin intervención estatal. Lo cual es muy discutible, constituyendo la principal laguna del libro. Es la necesidad planteada por John Gray de que existan instituciones mediadoras capaces de negociar un modus vivendi para evitar y eventualmente resolver el conflicto intercultural. Pero si bien en este Cosmopolitismo, con su concepto de conversación, Appiah plantea implícitamente la cuestión del modus vivendi, sin embargo en su libro anterior (La ética de la identidad) rechaza explícitamente la postura de John Gray, al que acusa de multiculturalista por no respetar la autonomía de los individuos.
Lo mejor del libro es su capítulo quinto, La primacía de la práctica, donde trata de superar el conflicto de valores pluralistas planteado por Isaiah Berlin. Dando la razón a éste, Appiah sugiere que el universalismo es inalcanzable, pues “no se trata de un conflicto entre valores sino de un conflicto de intereses expresado en función de los valores” (página 118). Y para escapar al dilema, Appiah plantea hacer descender el conflicto desde los valores universales hasta las prácticas concretas socialmente determinadas: “Son las prácticas y no los principios las que nos permiten vivir juntos en paz” (página 124). Las prácticas, es decir, las costumbres (como en la ya famosa formulación de Rajoy), que van variando hasta hacerse convergentes al compás de la interacción y el cambio social. Las prácticas, los hábitos, las experiencias…, o sea, los procedimientos, pues se trata de buscar no el imposible universalismo de los fines (los valores) sino la mucho más modesta compatibilidad de los medios (los procedimientos). Un pragmatismo éste que matiza en buena medida el liberalismo de Appiah.
Y para acabar de perfilar el atractivo cosmopolitismo de Appiah, nada mejor que contrastarlo con un modelo estándar como el planteado por el filósofo catalán Bilbeny. Este conocido autor define el cosmopolitismo universalista como la antítesis del patriotismo localista o nacionalista. De ahí que denuncie lo que él llama un seudocosmopolitismo patriótico como el que cree encontrar en el cosmopolitismo enraizado de Appiah. Y es que, en efecto, a fuer de liberal, Appiah rechaza el cosmopolitismo obligatorio y sólo acepta el cosmopolitismo libremente elegido. Ahora bien, las elecciones se adoptan por libre compromiso emocional. Y según sostiene Appiah, siempre es más fácil comprometerse emocionalmente con aquellos otros con quienes se han compartido experiencias comunes, ya sean sociales o imaginadas. De ahí que el compromiso emocional del cosmopolitismo esté fundado en los contextos locales, más que en los universales.
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Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños y La ética de la identidad. Kwame Anthony Appiah. Traducciones de Lilia Mosconi. Katz, Buenos Aires, 2007. La identidad cosmopolita. Norbert Bilbeny. Kairós, Barcelona, 2007.

Fuente: Babelia, El País, España

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